En la segunda nota de la investigación sobre el accionar de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), Miradas al Sur revela cómo la banda parapolicial ultraderechista asesinó al dirigente sindical del hipódromo platense Carlos Antonio Domínguez, enfrentado al gobernador bonaerense Victorio Calabró. La orden de matarlo la dio Alberto El Negro Bujía, quien años después sería secretario privado de Eduardo Duhalde, cuando éste fue vicepresidente de Carlos Menem.
El martes pasado, finalmente, el juez federal Arnaldo Corazza dictó el procesamiento de Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio y Juan José Pomares (a) Pipi por considerarlos “prima facie” coautores penalmente responsables “de los delitos de privación ilegal de la libertad, torturas y homicidio” en el marco del expediente N°9, caratulado “Domínguez Silvia Ester s/denuncia”.
Hasta el momento, Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio y Juan José Pomares (a) Pipi son los únicos detenidos por los crímenes de lesa humanidad cometidos en La Plata por la patota parapolicial de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) entre 1974 y abril de 1976, cuando fue desactivada mediante la detención de varios de sus miembros por fuerzas militares del Área de Operaciones 113, a cargo del coronel Roque Presti, durante un intento de secuestro de Juan Carlos Arias, un militante del peronismo platense.
La investigación de Miradas al Sur sobre el accionar del grupo de tareas paraestatal de la Concentración Nacional Universitaria pudo establecer que por lo menos cinco de sus integrantes, haciéndose pasar como víctimas del terrorismo de Estado, cobraron la indemnización que establece la Ley 24.043, que beneficia a quienes hayan sido juzgados por tribunales militares o hayan estado detenidos a disposición del Poder Ejecutivo durante la última dictadura cívico-militar.
Son más de las tres de la mañana del 18 de marzo de 1976 cuando los tres autos se detienen frente al establecimiento Las Hermanas, en una zona despoblada cercana al Barrio Marítimo de Ranelagh. Estacionan, al costado del camino, uno detrás del otro: los dos Ford Falcon adelante y el Fiat 128 último. Del asiento trasero del primer auto sacan a un joven corpulento, encapuchado y con las manos atadas con cinta de embalar. Del segundo Falcon sacan a otros dos, también cegados y maniatados, y los arrastran de los brazos junto al primero.
Por decisión del jefe de la patota, o quizás por indicación de quienes lo mandan, esta vez los autos no se dirigen hacia el Camino Negro, donde acostumbran a sembrar cadáveres. Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio sólo ordena salir de La Plata en dirección a Ignacio Correa, un pueblo de las afueras de la capital provincial. No da ningún tipo de explicaciones. Y nadie se las pide.
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